Ya no hay nada; sólo un vacío escalofriante y seco que nos mantiene distantes en la tremenda penumbra que nosotros mismos creamos. Ya no hay nada; entre nosotros ya no queda ni una sola hoja del viejo otoño, del viejo otoño que vio nacer nuestro mutuo sentimiento. Ya no hay nada; no queda ni un solemne rayo de luz del implacable sol que nos vio fundir alguna vez nuestros labios por primera vez. Ya no hay nada.
Todo se ha perdido y tal vez me he tardado demasiado tiempo en darme cuenta. Hace ya mucho desde que aquella impenetrable sombra de ausencia se planta espectral entre nosotros, entre nuestras miradas, entre nuestras antiguas caricias. Entre nosotros ya no hay nada, ya no queda nada.
Me deslizo suavemente hacia un eterno abismo, de soledad, suave y lentamente, mientras mis frágiles pestañas se abrazan con vehemencia.
Perezco lentamente,
ligero en mi eterno viaje
hacia un horizonte al que nunca se llega,
hacia un lugar donde el tiempo no reina,
y donde la vida cesa.Cierro mis ojos mientras caigo,
mientras vuelo, mientras dejo tras mi cuerpo
las hojuelas del pasado,
los recuerdos.
Cierro los ojos, veo negrura. No miro, sólo siento. Siento el hermoso rozar de tu tersa mano sobre mi mejilla, siento tu tibio aliento sobre mi frente, siento tus dulces labios contra los míos. Pierdo mis fuerzas y me dejo llevar por tu calor, por tu tierna caricia, por tu amor.
Pero es entonces cuando llego al fondo del abismo, al oscuro refugio del eterno cataclismo, que ahora presencio, contengo, y retengo. La crueldad cobra forma y sentir, me recubre lenta y lúgubremente con su helado carmesí. Me envuelve en magenta escalofrío y terrible frenesí. Es entonces cuando mis pupilas prueban de nuevo el fresco aire, pienso en ti.
Suaves cristales rozan mi ventana,
mi blanco exhalar nubla mi mirada;
ansiosas recorren todo mi cuerpo,
millares de gotas de muerto deseo.Helados aceros destrozan mi piel,
espectrales garras recorren mi ser,
el cielo de luto me mira perder,
la cama, la almohada, mi vida y tu fe.Rotos yacen nuestros lazos,
tenue duermes en mis brazos,
¿no te había perdido acaso?
¿será que vivo delirando?,
viendo algo imaginario,
nuestra sombra, un mismo espacio,
nuestro aliento sin rechazo,
dulce voz, linda mirada,
tu caricias en mi cara,
mi descansar sobre tu almohada,
mi libertad entre tus alas.Creo que es la locura la que sólo ahora me abraza,
me cobija y con su amarga tempestad me arrasa.
Veo en ti mi futuro y mi pasado,
caigo ciego recordando,
todo aquello que pasamos,
que vivimos y anhelamos,
y que ahora solo es tierra,
fría lluvia que se riega,
sobre el campo donde rezan
simples grietas, pobres letras,
grabadas sobre la piedra,
de una tumba grande y seca
bajo la que sólo quedan,
entre ruinas, muerte y desolación,
un amor, una vida y una canción.
Ya no hay nada; caigo lentamente en el abismo, en el abismo de la soledad, donde sólo yo existo, donde mis demonios son yo mismo, y donde no hay más tormento que el vivo aliento que aún respiro.
Ya no hay nada; ya no guardas en tu corazón ni un solo trazo de mi pincel, ni una sola nota de mi música, ni una sola palabra de mi poesía. Ya no tienes lugar para ni un solo recuerdo, ni un solo deseo, ningún sentimiento.
Ya no queda nada, sólo una fría mirada. Simplemente das la espalda, a lo que fuimos, a lo que hicimos, a lo que vimos y vivimos. Cierras con desdén aquel capítulo, cierras y cambias de libro, y te olvidas de lo nuestro, del título.
Tal vez deba hacer lo mismo, dejarlo todo, comenzar de nuevo. Pero siento muy adentro que de alguna forma es lo incorrecto, que algún día volveremos, regresaremos en el tiempo, a ese viejo otoño, que vio nacer bajo su cielo, nuestro mutuo sentimiento, nuestro dulce primer beso.