La Mantícora [11]

La Mantícora
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Capítulo 11: Reviviendo el Milagro

Por un momento permaneció inmóvil en su lecho, ligeramente aturdida. Conmocionada, se detuvo a pensar y se preguntó si toda aquella experiencia había sido un sueño o sólo aquel estrambótico episodio de la cocina. Se levantó y buscó sus escritos: ahí estaba su libro, terminado, en el suelo junto a la silla. Definitivamente había estado en el puente.

Su madre entró de pronto a la habitación, y la notó intrigada. Se sentó a su lado, acarició su espalda y le preguntó.

Estoy bien” respondió ella. “Sólo tuve un sueño muy extraño”. Le contó lo de la carta en llamas. La señora, sorprendida, se puso pálida, con una sensación como si tuviera algo atorado a la mitad de la garganta.

¿Qué tiene, madre? ¿Se encuentra bien?” le preguntó la chica, completamente atónita. La puerta se abrió de golpe en ese instante. Era el padre, llamándolas.

Ese día había mucho que hacer: el festival de San Clemente estaba cerca. Estuvieron ocupados hasta tarde con los preparativos.

Al regresar al castillo ella estaba tan cansada que cayó perdidamente dormida desde las nueve campanadas. Fue una larga noche, llena de sueños y visiones: el bosque, la música, las sombras, los besos, la soledad, la luna, el organistrum, su rostro, la lluvia, el fuego, la despedida, el llanto, el amor. Se despertó agitada, sudando escarcha. Su corazón latía con brutal frenesí. Su rostro estaba empapado en lágrimas.

Una lluvia feroz azotaba los campos. Un viento helado inundaba el recinto, una y otra vez, mientras golpeaba las puertas de la ventana. Se levantó lentamente para cerrarla, pero cuando se aproximó lo suficiente descubrió algo: había una rosa azul en el alféizar. La recogió, trabó la entrada del aire congelado y cuando volteó notó una figura junto a la cama.

Supongo que no recibiste mi nota” se escuchó en todas las paredes. Era él. Ella no se mostró sorprendida de verle, ya que pensaba estar soñando de nuevo.

No importa ya. He venido por ti”, continuó.

Ella se sentó frente al espejo, ignorándolo, fingiendo que no había nadie allí. Esperaba despertar y regresar a su soledad. Entonces él se acercó desde atrás, la rodeó con sus fuertes brazos, aproximó su cubierto rostro a su lado y le susurró al oído con una voz suave: “No estás soñando, no esta vez. Estoy aquí, he regresado.

Ella vaciló por varios segundos, mirando su reflejo, su reflejo juntos. Se puso de pie, se colocó frente a él y lo miró a los ojos. Se quedaron ahí sin decir una palabra, simplemente contemplándose, escuchando su mutua respiración. Ya terminaba de llover.

Mil emociones distintas invadieron cada rincón de su ser. Estaba comenzando a ver la realidad: él estaba ahí, después de tanto tiempo. Estaba triste, furiosa, feliz, destrozada, renovada.

Ya estoy listo. He salido victorioso de aquella lucha contra mi pasado, contra mis demonios.

He decidido volver, por lo que siento por ti” dijo él, mientras se le acercaba lentamente. Ella estaba en crisis. Creía haberlo olvidado, pensaba que podía vivir sin él, y que nunca volvería. Pero cuando sintió esa densa mirada, cuando escuchó su voz una vez más y cuando percibió su agitado respirar tan cerca, tan cálido, toda esa mentira se vino abajo.

Justo cuando estaba aprendiendo a vivir sin ti, a salir adelante, te apareces y derrumbas el castillo de naipes que tenía en pie. Te detesto por ello, pero…

-dijo ella, mientras  él la observaba atento, con una ligera sonrisa –

…todavía te amo y te necesito.” Sellaron ese inolvidable verso con el rozar de sus labios.

No vuelvas a dejarme” murmuró ella mientras descansaba entre sus brazos. “Nunca”, le respondió.

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2011 Derechos Reservados © Daniel Reynoso Gállego

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