Capítulo Anterior: [9] SALIENDO DEL ABISMO
Capítulo 10: Concluyendo la Obra
A la mañana siguiente, increíblemente, ella ya estaba de pie, completamente recuperada. Era un milagro. Se había levantado temprano, e incluso les había preparado un rico desayuno a sus padres.
Estaba muy feliz por su recuperación. Mostraba una brillante sonrisa en su rostro, y sin duda se sentía completamente renovada, con un nuevo deseo de vivir.
Pasaron los días y las cosas iban de maravilla. La situación en su hogar había cambiado mucho, para bien, desde aquella terrible enfermedad. A ella se le veía particularmente contenta: estaba por terminar de escribir aquel libro, y poco a poco aprendía más sobre la música. Los senderos del pueblo descansaban en tranquilidad, ya que habían pasado meses desde que se reportó la última desaparición.
La primera noche de otoño, bajo una hermosa luna llena, blanca y enorme, ella salió a caminar por la vereda, fascinada con la inspiración que le brindaba aquella plácida atmósfera. Se detuvo en un viejo puente de carvallo que atravesaba un pequeño arroyo al norte. Cerró sus ojos y respiró hondo, dejándose llevar por el momento. Luego sacó sus cosas. Cargaba consigo papel y tinta: le encantaba escribir bajo el distante cobijo de las estrellas.
Era una noche tranquila, llena de quietud. El silencio sólo se empapaba del suave correr de las aguas bajo sus pies, y de aquella pluma deslizándose ágilmente sobre el pergamino, palabra tras palabra, verso tras verso. La luna miraba atenta, como tratando de leer lo que plasmaba, el capítulo final, antes que nadie.
De pronto, terminó. Sonrió y suspiró profundamente. Se quedó ahí un momento, en una honda contemplación. Luego se levantó y se dispuso a caminar de vuelta, pero quedó intrigada cuando notó una sombra de pie al final del puente. Había alguien ahí, observándola desde la lejanía, inmóvil. Del susto soltó su libro, pero alcanzó a sujetarlo al borde de los maderos antes de que se perdiera para siempre en las turbias aguas. Cuando se incorporó de nuevo y miró, aquella oscura silueta ya se había ido.

Regresó a casa, ligeramente sobresaltada, temerosa de que alguien la siguiera.
Abrió lentamente la puerta frontal, esperando no despertar a sus padres, quienes ya debían estar dormidos. Pero cuando se disponía a subir a su habitación notó un intenso resplandor aloque proveniente de la cocina. Se acercó cuidadosamente y asomó la cabeza despacio. Era su madre, sentada a la mesa, prendiendo fuego a un manuscrito.
Consternada por lo que estaba mirando, se acercó desde la penumbra, mientras la flama terminaba de convertir el pergamino en cenizas. Puso la mano sobre el hombro de su progenitora, quien, en total silencio, comenzó a levantar la mirada lentamente. Una estremecedora sensación inundó a la joven, un escalofrío que sólo había sentido una vez, cuando unos ojos invisibles se clavaron sobre ella hacía casi un año, en la profundidad del bosque vasco.
Entonces despertó.
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2011 Derechos Reservados © Daniel Reynoso Gállego
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