Capítulo Anterior: [7] VIVIENDO EL SUEÑO
Capítulo 8: Rompiendo el Espejo
Se levantó con una mirada curiosa y caminó lentamente hacia su ventana, siguiendo aquel sonido en el exterior. Esa noche de invierno fue particularmente oscura y fría. Encendió una vela y salió a su balcón, tratando de distinguir algo en la penumbra, sin éxito. Entonces dio media vuelta y regresó adentro, sólo para descubrir que había alguien allí. Era él.
Fue un instante de peculiar complicación: estaba asustada, intrigada, emocionada, feliz por verle, triste por todo el tiempo que estuvieron alejados, extrañada por su presencia, confundida. Él se acercó a ella y la tomó entre sus brazos. Permanecieron juntos por un momento y luego él dio un paso hacia atrás, la miró a los ojos y comenzó a hablar.
“Hay algo que debo confesarte”, pronunció con esa profunda voz suya. Ella se mostraba inquieta, curiosa. Él exhibía un semblante serio, frío. Había algo diferente en su mirada, en su oscura mirada.
“Hay algo que debo decirte y necesito que intentes comprender, a pesar de que no pueda explicarme claramente” dijo. “Debo alejarme de ti, debo irme, debo desaparecer de tu vida.”
La leve sonrisa que ella mostraba por su encuentro se desvaneció lentamente mientras escuchaba cada una de sus palabras.
“Hay algo en mí que no está bien. Hay algo aquí dentro, en lo más profundo, que me impide ser quien yo quisiera, y me impide ser quien mereces que sea. No puedo explicarlo, porque en realidad no sé lo que ocurre, no estoy seguro.”
“Necesito averiguar qué es lo que me está destrozando desde el interior, y para ello debo alejarme, debo irme.”
Para ese momento ya se dibujaban sutiles gotas cristalinas en los dulces ojos de ella, quien de pronto le interrumpió. Dijo que no comprendía, que no sabía de lo que estaba hablando. Le pidió que no se marchara, que no se perdiera de nuevo en las sombras.
“Te pido trates de entenderme. Te lo pido sinceramente. Necesito que comprendas lo que intento decirte, aunque parezca no tener sentido. No podemos estar juntos.”
Cada vez se separaban más y más. Él caminaba poco a poco hacia la ventana por la que había entrado, mientras ella se encontraba inmóvil en el centro de la habitación, escuchando su voz cada vez más tenue, más distante.
“No puedo prometer que me verás de nuevo, porque puede que no ocurra jamás. Lo siento”. Le dio la espalda y se aproximó al balcón, dispuesto a marcharse.
“Te amo”, dijo ella. “Te amo y te necesito”.
Él se detuvo y se quedó ahí de pie, en silencio, por varios segundos, que para ella fueron una eternidad. Luego esa profunda silueta a contra luz giró la cabeza y le miró, justo como en aquella mágica noche de organistrum entre los robles.
La vela se apagó. Ella sudó frío al sentir su mirada sobre sí, mientras un intenso hormigueo la envolvió de repente. Él articuló tres heladas y sombrías palabras y luego desapareció bajo el lóbrego manto nocturno.
Por un momento, un silencio sepulcral abrazó la melancólica escena. Ella estaba allí, parada en medio de la oscuridad, vacía. Sus manos temblaban, su mirada se nublaba. Caminó hacia el tocador y se sentó allí. Miró su solitario reflejo. No se reconoció. Antes se veía a sí misma cobijada, protegida por él, por su guardián. Ahora no había nadie más allí, sólo ella. Se había roto el espejo.
Se levantó y caminó con debilidad hacia su cama. Se dejó caer y se perdió en su almohada, ahogándose en su llanto y escuchando en su cabeza esas tres devastadoras palabras reverberando sin cesar: “No puedo amarte”.
Siguiente Capítulo: [9] SALIENDO DEL ABISMO
2011 Derechos Reservados © Daniel Reynoso Gállego
2 Comentarios