La Mantícora [4]

La Mantícora
Capítulo Anterior: [3] LLENANDO EL VACÍO

Capítulo 4: Siguiendo el Anhelo

Por varios días, por varias noches, ella se adentró en las heladas tierras boscosas, guiada por ese fuerte anhelo de verlo otra vez. Volvió a aquella roca en más de una ocasión. Se sentó allí y permaneció alerta, por horas, en espera de una señal, un movimiento. Pero no supo de él.

Fue una época muy complicada para ella. Las cosas en casa no estaban bien, y la vieja desesperación que la llevó a la frondosidad la primera vez seguía acechándola. Pero había un nuevo sentimiento, una emoción dentro de sí, que le permitía seguir adelante, alzar la frente.

Volvió como todos los días al bosque, esta vez alumbrada por un hermoso atardecer rojizo. Llegó al lugar, a ese nicho tan especial, y esperó. No tenía idea de lo tarde que era, pero el cantar de los grillos y la ausencia de toda luz le daban una clara pista.

Frustrada nuevamente, con una diminuta lágrima cruzando su suave piel, se levantó y comenzó a caminar de vuelta, desconsolada.

No dio más de tres pasos antes de escuchar un nuevo sonido escabulléndose entre los vivos troncos. Se detuvo y miró a su alrededor, con un gesto de extrañeza, tratando de descifrar esa vibración. Cambió de dirección, y caminó entre la maleza, cazando aquella reverberación.

Cada vez se hacía más fuerte, más fuerte. Siguió buscando hasta que lo encontró. Era música, una bella y apacible melodía, proveniente de un antiguo y majestuoso organistrum hecho a mano. Había algo en esa armonía que le hacía estremecer, le hacía sudar frío. Fue un momento mágico, místico.

Al cruzar un enorme arbusto floreado lo vio.

Ahí estaba, sentada sobre un árbol caído, una gran sombra, que daba la impresión de las anchas espaldas de un hombre. La oscuridad de la noche le impedía distinguir claramente lo que estaba allí, pero sabía que aquello era el autor de la excitante música.

Ella se quedó ahí un momento, a lo lejos, mirándolo, totalmente cautivada. Una emoción sin igual se expandía a lo largo y ancho de su ser. Su respiración danzaba al son de las notas, y sus manos temblaban de la gloriosa sensación.

La Mantícora

De pronto, la música cesó. Ella se paralizó. No estaba segura, pero parecía que aquella sombra se movió. Parecía que su cabeza giró hacia ella. No era posible verle los ojos, pero se sentía una densa mirada.

El hombre se levantó, y entonces su faz se iluminó parcialmente con el brillo de la luna. Era él. Sólo lo vio por un instante, pero estaba completamente segura de que aquel era el rostro que soñaba cada noche, que ansiosa esperaba volver a ver. Se quedó helada, pasmada de la impresión, con sus labios alejados levemente uno del otro. Trataba de hablar pero no podía. Entonces, a los pocos segundos, obtuvo las fuerzas suficientes para susurrar una sola palabra: “espera”, pero, para ese momento, aquella silueta ya se había desvanecido en la penumbra, entre los ajados robles.

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2011 Derechos Reservados © Daniel Reynoso Gállego

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