La Mantícora [3]

La Mantícora
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Capítulo 3: Llenando el Vacío

Estuvo inconsciente por más de tres días. Varios médicos del pueblo la visitaron y ninguno sacó una conclusión diferente: estaba dormida. Yacía en cama mañana y noche, a veces tranquila, a veces moviéndose, agitándose. De vez en cuando murmuraba, emitía palabras incomprensibles. Sus padres estaban realmente preocupados. No sabían si habría de despertar.

Jamás había tenido un sueño tan intenso, pensó mientras abría poco a poco sus bellos ojos. No supo lo ocurrido hasta que su madre, al verla de pie junto al tocador, la sujetó entre sus brazos con fuerzas, con lágrimas recorriendo sus mejillas, y agradeció a dios que hubiera vuelto.

Nunca pensó haber dormido tanto tiempo. No podía imaginar la ansiedad y angustia de la gente a su alrededor. Se había perdido varios atardeceres sin siquiera sospecharlo.

Nunca me contó los detalles de aquel largo sueño.

La Mantícora

Pasó la tarde tratando de leer. Le fascinaban los autores románticos, y solía terminar libros enteros en cuestión de horas. Pero en esa ocasión se le volvió imposible concentrarse. Miles de pensamientos giraban en su interior, imágenes desordenadas, sonidos. El bosque, las zapatillas doradas, el cantar de los grillos, la roca, el vestido, la niebla, la soledad, un rostro.

Sin pretenderlo siquiera, su memoria había vuelto. Había hallado la pieza faltante del rompecabezas. Aquella noche no escapó del bosque. Alguien la salvó. Alguien la alejó del peligro y la llevó hasta la seguridad de su hogar.

El recuerdo era muy nebuloso, muy oscuro. No vio claramente lo que pasó, pero estaba segura de que alguien, un hombre, la levanto del negro pantano, la subió a sus hombros y la llevó a casa. La penumbra, la lluvia, el helado viento, todo ello le impedía distinguir acertadamente, pero ella estaba convencida de haber visto un rostro en medio de la noche, el rostro de su salvador.

En cuanto lo recordó, dejó caer su libro de la impresión. Había llenado el vacío. Sin pensarlo demasiado se levantó, caminó hacia la ventana y miró sonriente hacia el viejo bosque. Dejó entrar la brisa nocturna. Clavó su mirada a lo lejos, allá en ese lugar, con la ilusión de volver, una vez más. La luna se dibujaba brillante en sus pupilas. Sus labios formaban una hermosa sonrisa y un único pensamiento, un único deseo, llenaba cada rincón de su ser: volver a ver ese rostro, volverse a encontrar con aquel misterioso hombre del bosque y darle las gracias por haberse aparecido en aquella melancólica noche de agosto.

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2011 Derechos Reservados © Daniel Reynoso Gállego

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