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Capítulo 2: Buscando el Recuerdo
Le pidió él que se sentara a la mesa de la cocina, y le ofreció un té. Ella accedió. Estaba verdaderamente confundida. No podía recordar lo ocurrido.
Su padre le contó que la hallaron inconsciente en la puerta del castillo, casi a media noche. Ella no lo entendía. No tenía idea de cómo llegó hasta allí.
Pasó toda la tarde, hora a hora, intentando recordar lo que había sucedido. Se veía a sí misma caminar agonizante entre la espesura del bosque, sin rumbo cierto, pero el recuerdo se volvía nebuloso en algún punto de la travesía. Había un trozo de su pasado, un abismo de misterio, que cautivaba su pensamiento. Sus padres la notaron distraída. Estaba concentrada en ese enigma. Sabía que había algo más ahí. Tenía la sensación de que debía recordar, a toda costa. De momentos deseaba salir de nuevo al bosque para revivir el recuerdo, pero no se lo permitirían, al menos no hasta que amaneciera.
Se fue a dormir temprano, aunque no pudo descansar. Pasó la madrugada entera soñando, recordando, llorando y corriendo entre la niebla del pasado. Se levantó temprano, ansiosa de salir en busca de respuestas. Terminó deprisa sus deberes y abandonó el recinto sin desayunar siquiera. Tenía que volver a ese lugar, tenía que saber.
Buscó sus huellas entre los helechos, caminó entre los gigantes y ancianos robles del reino y buscó la enorme piedra donde drenó sus ojos aquella noche, pero no encontró nada. La vegetación se esparcía sobre tierras inmensas. Era imposible encontrar su rastro, aún bajo las cálidas caricias del majestuoso sol de agosto.
Era tan bella. Recordarla ahí de pie, tan inocente, buscando sin cesar bajo el denso follaje, me hace estremecer.
Pasó horas entre los altísimos árboles, mirando bajo cada roca y tras cada arbusto, sin rendirse nunca. Algo en su interior, un sentimiento que jamás había experimentado antes, la motivaba a continuar a toda costa.
Comenzaba a oscurecer, y su padre ya había salido a buscarla. Ella había perdido por completo la noción del tiempo. Estaba cansada y hambrienta, pero nada habría de detenerla.
De pronto, sonrió. Su mirada brilló y su faz revivió: había encontrado aquella roca, había encontrado el lugar. Ahora sólo restaba mirar a su alrededor y dejar que el fresco aroma le ayudase a recordar. Se sentó nuevamente, exactamente como estaba hace dos noches. Luego se levantó y comenzó a andar. Moría de cansancio pero estaba tan entusiasmada que no se le notaba en lo absoluto. Nunca había estado más viva. El tiempo pasó fugaz y la noche cubrió una vez más el hermoso cielo, y ella sólo se adentraba más y más en lo profundo de la oscuridad.
La madre lloraba angustiada en casa. El padre estaba organizando una misión de búsqueda para recuperar a su hija perdida. Esperaban con antorchas la señal para adentrarse en el bosque, cuando de pronto ella emergió de entre los árboles. Había vuelto. Su padre corrió hacia ella, gritando su nombre. La abrazó como nunca y la llevó al castillo. Parecía inerte. Mostraba una mirada casi vacía, delirante. Trataba de articular palabras pero no podía.
La recostaron en su cama, la dejaron descansar. Su madre estuvo a su lado por varias horas, viéndola dormir. Ella yacía ahí, perdida, con fiebre. De pronto, sus suaves labios se abrieron ligeramente, respiró profundo y murmuró: lo logré.
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2011 Derechos Reservados © Daniel Reynoso Gállego
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