Capítulo 1: Escapando
No recuerdo bien sus motivos, pero estoy seguro que tenían que ver con la tristeza y la desesperación. Era hermosa, joven, cálida. Una chica como ninguna. Lloraba y corría, lejos de casa, adentrándose en el viejo bosque. Huía, buscaba un escape de su realidad, de su agobiante vida.
Eran casi las seis. La noche comenzaba a cubrir el claro cielo, y la niebla se esparcía entre los árboles. Ella estaba ahí, sentada, regando con sus lágrimas las fértiles tierras morenas, desahogando su dolor, tan suyo, tan auténtico. No quería volver. Se rehusaba a regresar a su hogar, a retornar a esa existencia que la flagelaba, que la mataba lentamente. Ya no podía soportarlo. Luchaba por conservar la postura, por no derrumbarse, pero en ocasiones era inútil, imposible. Justo así ocurrió aquel día, cuando deliberadamente se fugó del castillo en busca de paz.
Sabía que el bosque era un lugar peligroso, en especial después de que el sol se refugia tras las montañas. Pero no le importó. Era tanta su desesperación, tan intensa la maldición que guardaba en su interior, que se lanzó sin cautela a lo profundo de la maleza, corriendo entre las ramas, con esas finas zapatillas doradas.
Era momento de volver. Sabía que no podía pasar la noche fuera; era demasiado arriesgado. De cualquier manera, su dolor y su llanto habían sido lavados por la tibia lluvia del verano. Se incorporó, pasó su tierna mano por su empapado y helado cabello castaño, alisó su blanco vestido y se dispuso a regresar a casa. Pero había un problema, y tardó poco tiempo en descubrirlo. Estaba perdida.

El cantar de los grillos y el aullido de las criaturas nocturnas ahogaban el suave susurro del viento. La noche era hermosa, pero lúgubre. Los arbustos pequeños se esforzaban por emerger, pero quedaban ocultos por la espesa neblina que para ese momento asfixiaba cada rincón de la frondosidad. Ella miró en todas direcciones, tratando de vislumbrar el camino que la llevaría de regreso, pero era simplemente incapaz de saberlo.
Estaba exhausta, agotada. Cansada de escapar, de llorar por horas bajo el cobijo de los robles. Caminó sin rumbo, lentamente, con una mirada perdida e intranquila, en un intento vacío de salir de allí. No tenía idea de hacia dónde se movía, pero no se rendiría. Al poco tiempo comenzó a llover de nuevo. Ella seguía avanzando, sin importar nada, intentando no quedar atrapada en el fango.
De repente, cuando abrió sus ojos, se levantó alterada. Estaba en cama, en casa. Era de día. No podía ser un sueño. Miró sus manos y ahí estaban las heridas que se dibujaron en su piel durante su travesía por el bosque. Salió de su habitación y habló con su padre. Él le explicó.
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2011 Derechos Reservados © Daniel Reynoso Gállego
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