Nos perdimos en la oscuridad, nos separamos. La penumbra nubló nuestros ojos, el silencio ahogó nuestro aliento.
Quedé solo en estos helados pasadizos, temblando, arrastrándome poco a poco, tratando de recuperarte. No quería irme sin ti. Volví para que saliéramos juntos, para que tomaras mi mano y escapásemos de esta mazmorra, de este inhóspito lugar.
Me abrí camino con dificultad entre los más atroces y temibles obstáculos, me enfrenté con abominaciones tremendas, con oscuros demonios. Avancé a pesar de que me faltaba el aire, de que mi sangre se derramaba a cada paso, a cada centímetro, hasta que por fin hallé tu rastro.
Atravesé por completo el laberinto, sobreviví los lúgubres secretos de este desolado mausoleo, y encontré tus huellas, los vestigios de tu presencia: te habías marchado.
Quería creer que estabas allí, en el umbral, soportando el mismo dolor e intentando cruzar tu sendero con el mío; quise pensar que, en medio de la negrura extendías tu mano esperando tocar mi rostro. Pero he descubierto que erré, me equivoqué. Nunca trataste, jamás luchaste por nosotros. Te diste la vuelta, dejaste todo atrás y huiste por tu cuenta.
Me tomó mucho tiempo aceptarlo y seguir adelante, pero lo hice. Descubrí el camino de salida, seguí la luz que me llamaba desde el exterior y ahora estoy aquí, de pie frente al gran portón del recinto, escuchando de nuevo el cantar de las aves y contemplando el vasto firmamento que incluso había llegado a extrañar.
Me he sentado por un momento, a las faldas de las imponentes murallas rocosas de aquel frígido encierro. Mis ojos muestran ahora un nuevo color, un brillo de viveza que pensé nunca recuperaría. Mi faz lleva sobre sí una ligera sonrisa, un antiguo gesto que no recordaba. A pesar de la decepción, a pesar de conocer ahora la verdad, me siento alegre de estar afuera, de haber salido de allí, y me alegra más aún, me da orgullo, no haber sido yo quien simplemente hizo a un lado nuestra historia y olvidó.
Ankhsethamon 