La Mantícora [14]

La Mantícora
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Capítulo 14: Abriendo los Ojos

Una espeluznante sensación la cubrió por completo. Quedó paralizada, sofocada, asfixiada de la impresión. El tiempo se detuvo para ella por un instante, cayendo en un profundo estado de perplejidad, terriblemente estremecida. Lo primero que penetró en su mente fue aquel recuerdo, aquel primer beso; el extraño sabor de sus labios: sangre.

Ella empezó a retroceder, poco a poco. Sus piernas temblaban ferozmente, su corazón palpitaba sin compasión. Él trató de acercársele, de tomar su mano, pero ella, guiada completamente por el vértigo y la desesperación, dio media vuelta y comenzó a correr frenéticamente, sin mirar atrás.

Nunca regresó.

Él se quedó allí, en silencio, envuelto en la penumbra, mirando sus manos temblorosas. Redujo su respiración, cerró sus ojos, y comenzó a discurrir en palabras, para sí:

”Se ha ido, se ha marchado para siempre. Jamás le pude explicar.

”No soy como ellos, no soy un hombre. Tenían razón al decir que la historia del guardián era sólo una tonta leyenda. Nunca existió tal individuo, jamás hubo un forastero que llegara desde muy lejos para salvar a este pueblo. También es un mito fantástico que este bosque, este antiguo bosque vasco, mi hogar, sea un lugar maldito, infestado de fieras temibles.”

”Sin embargo, una cosa es cierta: las mantícoras existen. Nunca he visto una excepto aquella vez, en su habitación, cuando me acerqué a su lado y me vi reflejado en ese ajado espejo.”

”Traté de engañarme, de creer que había en mí algo más. Pensé que podía ignorar mi naturaleza, que podía ser como ellos. A su lado me sentí tan vivo, tan humano. Por un momento lo creí, por un momento estuve convencido de que yo era un ser cálido, capaz de amar y ser amado. Pero ahora sé que sólo soy, y siempre seré, un horrible monstruo, un endriago.”

”Cuando me alejé, hace tiempo, cuando, a pesar de todo, tuve que desaparecer de su vida, lo hice por ella. Era necesario. Ya no podía más, ya no podía contenerme: quería devorarla, ansiaba degustar su tibia sangre, su tersa piel. Luché contra mi instinto, me contuve. No podía hacerle daño, me tenía fascinado. Es por eso que comencé a secuestrar a los pueblerinos más jóvenes. Tenía que saciar esa avidez, ese apetito vil. Pero llegué a un punto de desesperación y tuve que marcharme para evitar la tragedia.”

”Con el tiempo aprendí a controlarme, a alimentarme de otras criaturas. Logré que el sentimiento superara la obsesión, y entonces volví. Me dejé llevar por la ilusión, viviendo el sueño. Cuando estaba con ella nada más importaba. Pude amarla.”

”Pensé que nunca terminaría, que estaríamos juntos para siempre. Había olvidado totalmente quién era yo en realidad: una infausta mantícora, el único verdadero peligro en la inmensa frondosidad.”

”Verla así, tan triste, tan confundida, me derrumbó. Pensé que entendería, creí que comprendería mis motivos, que miraría más allá de mi horrible apariencia y que encontraría a su guardián, a su verdadero amor. Pero no fue así.”

“Nunca me amó. Se enamoró de un héroe de su invención, de una sombra, una ilusión. Ahora que me ha visto, ahora que sabe la verdad, sus divinos sentimientos han perecido en lo profundo del despeñadero, han desaparecido. Sólo he quedado yo, de nuevo en la soledad, con este desgarrador vacío en mi centro, recordando nuestra bella historia, nuestra espléndida pero aciaga travesía juntos. Siempre la guardaré en mi corazón.”

Entonces, después de varios minutos de reflexión, y con un extraño sabor en sus labios, abrió los ojos. Miró sus manos temblorosas, cubiertas de sangre. Frente a él, junto a un majestuoso rosal de flores color cobalto, notó sobre las tierras morenas, entre la densa niebla, el cuerpo de ella, inerte, estropeado, con su cabello castaño empapado y helado, y unas finas zapatillas doradas decorando sus delicados y ahora rígidos pies.

La Mantícora

Comenzó a llover, de nuevo. Se arrodilló lentamente ante el fresco cadáver de blanco vestido, ahora teñido en carmesí. Cerró sus ojos otra vez y continuó devorándola, poco a poco, mientras el sabor de su tersa piel y el aroma de su tibia sangre le ayudaban a revivir una y otra vez la ficticia historia, a ver a su amada nuevamente en su cabeza, ahí de pie, buscando sin cesar su rastro bajo el denso follaje, tratando de recordar.

El cantar de los grillos y el aullido de las criaturas nocturnas ahogaban el suave susurro del viento. Esa noche, hermosa pero lúgubre, aquella cálida e inocente chica, desesperada, se había adentrado en el inmenso bosque vasco, corriendo y llorando, escapando de su agobiante vida, intentando desahogar aquel insoportable dolor que la mataba lentamente, tan suyo, tan auténtico, en busca de paz.


2011 Derechos Reservados © Daniel Reynoso Gállego

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