¿Recuerdas ese experimento, cerrar los ojos, vaciar la mente? ¿Recuerdas lo primero que rompió la serenidad? ¿Recuerdas lo primero que se dibujó en tu pensar?
Caminaba sigiloso por un oscuro pasillo, tétrico, húmedo, cubierto de tinieblas, pisando con cautela, ansioso, exhausto. No sabía dónde estaba, ni podía ver lo que me esperaba en lo profundo de la boca del lobo. Pero había fuego, una serie de velas, de finas llamas, que marcaban claramente el camino, que me llevaban de la mano.
Era una difícil proeza, abriéndome camino entre las alimañas, evitando a toda costa las criaturas del abismo, rompiendo telarañas. Pero podía seguir adelante, porque te tenía a mi lado, guiándome.
Pero ahora estoy perdido, atrapado.
Soltaste mi mano, las velas se han apagado.
Me he encontrado contra una larga pared,
y simplemente no sé hacia dónde yacer.
Negro es lo único que invade mi visión,
Oigo que acechan los demonios, es mi perdición.
Doy vueltas, trato de seguir pero no tengo idea de hacia dónde virar. Estoy cansado, arruinado, destrozado. He pensado en rendirme, he pensado en dejarme devorar por la oscuridad, pero no puedo. No puedo sucumbir. Hay algo en mí que me lo impide, algo en mi interior que me dice que luche, eso que se me apareció de repente cuando logré aquella vez escuchar mi respirar, sentir la sangre mis venas llenar: tú.
Lo único que me mantiene avanzando, a ciegas, con las manos ensangrentadas, pegado a las frías y ásperas paredes y alzando los pies con cautela, es la esperanza de sujetar tu mano de nuevo. El frío me aplasta y mis piernas tiemblan dándose por vencidas. Voy dejando mi vida atrás a cada paso, pero sigo intentando, dejando sobre el sendero mi rastro, en busca de tu aliento.
Sé que puedo salir de aquí, del laberinto, por mí mismo. Sé que al final encontraré de nuevo la puerta que me saque de este lugar. Pero no quiero irme, no solo. He decidido volver, regresar sobre mis pasos, en busca tuya, para que escapemos juntos hacia aquel brillo que nos llama desde el exterior. Te estoy buscando, a tientas, indefenso, extendiendo frente a mí una de mis magulladas manos, ahogándola en la penumbra, esperando tocar tu rostro. Te has vuelto parte de mí, y no me iré sin ti. Confío en que, en algún rincón de esta helada mazmorra, te encuentras tú. Confío en que no te rindes, y confío en que no intentas escapar, sino, en verdad, me estás tratando de encontrar.
Me has pedido que luche por mí, pero he descubierto que no puedo hacerlo, no sin luchar por nosotros, porque vives en mí, y espero también vivir yo en ti. Confío en que te hallaré, al final, aunque mi rostro se marchite y mi esperanza envejezca en estos dementes pasadizos, porque no me concibo a salvo. No sin ti.