Para que una relación tenga verdadero éxito y sobreviva a las más despiadadas adversidades y a los más subrepticios escollos que la vida ha de plantar frente a nuestros rostros y bajo nuestros pies durante la travesía, así como dentro de nuestros pechos, se requiere ciertamente de algo que mucha gente ha subestimado e incluso olvidado: agallas. Sin duda hace falta un inmenso nivel de fortaleza, valía y tenacidad. El amor por sí solo, por más extraordinario y monumental que pueda llegar a ser, por más maravilloso que llegue a hacer latir los corazones, nunca garantizará que en nuestro perpetuo desenlace saldremos airosos.
Pero todavía más importante que ello es el hecho de que dicha dosis de persistencia, valor y osadía, además de ser formidable, debe manifestar claramente su origen en ambos cabos del lazo y con la misma intensidad. Para que un idilio resulte victorioso de la eterna batalla contra el tiempo y las desventuras, sin duda es esencial que tanto uno como el otro den todo de sí para atravesar la espesa nube de humo y salir al otro lado, juntos de la mano.
El brío y la intrepidez de uno solo nunca serán suficientes. Es el empeño conjugado de los amantes, su valentía conjunta, su dedicación y su persistencia compuesta lo que al final, verdaderamente, permitirá que las densas paredes caigan en pedazos y el amor transcienda más allá de los límites conocidos.