Nunca había estado tan convencido de algo en toda mi existencia. Nunca.
Todos tenemos metas, ambiciones, y la verdad del asunto es que éstos cambian continuamente a lo largo del accidentado terreno que llamamos vida.
Sin duda mi futuro es nebuloso, en muchísimos aspectos. Ilusiones que me encendían las pupilas hace tiempo ahora no son más que cenizas esparcidas sobre el polvoriento tablero de juego; grandes propósitos que atestaban mi pecho hace no muchos años de pronto se vieron convertidos en grácil vapor.
Me encontraba allí en la oquedad, sin dirección hacia dónde mirar, sin un horizonte hacia el cual andar. Lo único que sabía es que sería una criatura errática y desolada, merodeando por los callejones de la vida con su lóbrega sombra como su única compañera. Vaya que estaba extraviado.
Entonces apareciste tú.
Hay muchas cosas que, mirando hacia adelante, encuentro envueltas por una singular umbría; hay muchos aspectos que no se han definido, que no han cobrado forma y que por ahora sólo se agitan livianos en el fresco aire; muchas adversidades que no sé cómo combatiré y muchísimos espejismos que no sé si intentaré alcanzar; pero ya no estoy perdido porque hay una cosa, una cosa muy especial, que de pronto se ha vuelto nítida y cristalina: mi máxima meta, mi primer paso de verdad.
Puede que no sepa qué haré de mi vida, dónde vaya a vivir o en qué trabajaré; pero de algo estoy muy seguro: quiero estar contigo.
Por el momento muchas cosas son nebulosas, pero tengo una certeza y no pienso soltarla, y esa eres tú. Mi camino es a tu lado, y es por eso que quiero pedirte que, por lo que más quieras en este mundo, no me odies por lo que voy a hacer, no te alarmes demasiado por éste, mi lunático atrevimiento, porque puedo decir que tiene su origen en el rincón más profundo de este lunático pero franco corazón que no hace más que latir por ti…
cásate conmigo, mi amor.