Los recuerdos nos ubican en un momento de la vida, nos dan la sensación de profundidad que produce mirar hacia atrás, al comienzo de cada uno. Pero en ocasiones la memoria nos presenta jugarretas, nos hace bromas: se distorsiona, se nubla, se desvanece.
Los recuerdos son como las fotografías, excepto por el hecho de que estas últimas son más fáciles de compartir con otros. Pero, ignorando los matices, es interesante notar que, en ocasiones, los registros físicos, estáticos o en movimiento, nos dan una clara visión de lo que para nosotros ya no era más que una nebulosa sensación de haber experimentado algo alguna vez.
Hace poco miré antiguos retratos, observé ajadas videocintas que exhibían los primeros instantes de mi identidad. Debo aceptar que en su momento no me pareció algo destacable o memorable, aunque no pasó mucho tiempo antes de que eso cambiara.
Es difícil describir, ciertamente, la intensa y singular sensación que invadió mis entrañas. El simple hecho de mirar a través del papel o de una pantalla cómo eran las cosas hace veinte años, cómo me veía yo, dando mis primeros pasos y pronunciando mis primeros vocablos; mirar a mis padres al comienzo de su unión, jóvenes, distintos; ver de nuevo los rostros de quienes ya no están con nosotros, a los familiares con los que por mucho tiempo se perdió el contacto; notar los cambios culturales, los viejos comerciales, la anticuada vestimenta; y luego volver al ahora y observar lo que queda de todo eso; el simple hecho de tener esos dos extremos en la mano y poder colocarlos lado a lado fue algo que realmente me estremeció.
Debo confesar que este reencuentro con el pasado me conmovió hasta las fibras más subrepticias. Experimenté una especie de turbación que incluso vuelve a mí con el simple hecho de hacerle mención.
Creo que me amplió el panorama, me abrió los ojos ante lo fugaz que es la vida, lo tenaz del pasar de los años. Es triste pero majestuoso ver cómo las viejas generaciones perecen pero nuevas emergen. Los ancianos nos abandonan y los recién nacidos arriban al nicho de los padres primerizos.
Mirar la situación me produce una tormenta de sentimientos, de pensamientos. La melancolía libra una feroz batalla contra la dicha, el orgullo choca con la desilusión, el miedo abraza a la ligera sonrisa, la soledad inunda al arrebatado corazón.
Es inevitable pensar que todas las personas que se han cruzado en nuestro camino se irán, que nuestros progenitores dejarán de respirar, y que los buenos amigos tomarán su propio sendero. Es inevitable recordar que, al final, la única que estará a nuestro lado será nuestra propia sombra. Él único que seguirá nuestros pasos será nuestro propio exhalar.
Estaremos solos en el horizonte, sin duda. Tenlo en mente. Pero no dejes que ello te evite disfrutar de quienes en este instante se encuentran abriéndose paso junto a ti en esta implacable aventura llamada vida.