Mira bien, detenidamente. Fíjate en esta armadura que porto, que se alza imponente y audaz.
Mira bien, con atención. Observa lo resistente que parece ser, lo firme y estable que es.
Pero lo más importante: mira bien, mira bien y observa que hay, por ahí, un pequeño defecto. Tiene aquí un punto débil, un pequeño agujero.
Mientras no lo encuentren todo estará bien.
Hoy has hallado ese punto; hoy has puesto tu dedo en él y todo se ha venido abajo. Aquella coraza que tan sólida aparentaba ser, no es ahora más que un montón de chatarra.
Me he desmoronado, he caído. Siento que he perdido todo, que nada vale la pena. Siento que mi pasado me aplasta, que el abismo me devora, lentamente.
Justo ahora no puedo hablar, ni dejar que me vean. Es como si se hubiera revelado mi fealdad. Siento que debo aislarme para siempre, perderme, ocultarme.
Siento que debo alejarme de ti, de todo el mundo, como si hubieran descubierto lo atroz de mi existir.
Siento como si me hubiera asesinado y me observase ahora las manos ensangrentadas, después del crimen. He sido señalado, he sido apuñalado.
Siento que no tiene caso; que es inútil, que no importa. Siento que no vale la pena, que no cuenta. Es como si se hubiera caído el castillo de cartas en el que he trabajado desde mi nacimiento.
Por lo pronto no soy nada, no soy nadie.