Aprecio mucho los momentos de soledad, ya que me permiten de vez en cuando recostarme contra el claro cielo y simplemente contemplar, mirar hacia arriba pero también mirar hacia atrás, hacia mi pasado, mi vida.
Es interesante cuando uno mira profundamente hacia atrás, observando un largo camino que uno mismo ha creado y recorrido. Es impresionante notar el paso del tiempo.
En estos días he tenido la oportunidad de hacer esto; perderme un rato en mi interior y simplemente vislumbrar lo que alguna vez fui, lo que he sido y lo que soy.
He tenido la oportunidad de mirar el sendero por el que he estado viajando, desde hace muchos años atrás, y notar cada paso los distintos cambios que me hacen lo que soy, y me impiden ser lo que fui.
Pero no todo ha sido sencillo. No es cuestión sólo de yacer en un lugar y simplemente mirar. Hoy me encontré con varios demonios recorriendo mi vida. He estado tratando de entender muchas cosas, pero simplemente no hallo una salida. Ahora me siento confundido, perdido, extrañado y conmovido. Pero lo más grave es que dudo de mí.
Hay una transición en mi vida que fue muy significativa, y que prácticamente divide mi existencia en la de dos personas distintas. Y no comprendo cómo pudo pasar semejante barbaridad.
No es que me arrepienta de quien soy, o de que quiera volver a ser aquel que fui, pero en realidad no comprendo muchas cosas, y dudo de mi presente, dudo de mí. Dudo de muchas cosas en este momento.
Pero independientemente de toda esta vaga perdición ambigua que me aplasta, hay una cosa en particular que me desconcierta: la amistad.
Me pongo a pensar y descubro que no sé por qué tengo a los amigos que tengo. No entiendo qué he hecho yo para merecerlos. Miro hacia dentro y descubro la verdad: no comprendo por qué hay gente que quiere estar a mi lado. No lo entiendo. No sé cómo pueden encontrar algo valioso en una persona como yo.
Antes solía tener muy pocas amistades. De repente eso cambió, y empecé a forjar muchos lazos valiosos, algunos más fuertes que otros. Pero la verdad, siendo sincero conmigo mismo, no sé por qué ellos se han fijado en mí.
Creo que todos en algún momento de nuestra vida nos hemos hundido realmente bajo, y pienso que todos en algún momento hemos necesitado, o necesitaremos algunas fuertes palabras de aliento; y parece que estoy en uno de esos momentos.
Creo que siempre es bueno recordarle a la gente a quien estimas lo valiosa que es, y lo importante que es para uno. La verdad es que lo he descuidado un poco, pero siempre procuro asegurarme de que mis amigos sepan que estoy ahí para ellos, ya sea con un gesto, una simple palmada en el hombro, como diciendo «aquí estoy para ti, amigo mío«, o incluso diciéndolo directamente. Siempre me ha costado un poco de trabajo decir cosas como esa, pero he hecho mi esfuerzo. «Aquí estoy, amigo mío. Cuentas conmigo«. Eso te digo cuando te saludo, cuando me siento junto a ti, cuando te acompaño a algún lado, cuando te escucho.
Cuando te llamo, cuando te busco, o simplemente cuando te digo que te considero mi amigo: «Amigo mío«. De vez en cuando termino así alguna frase o conversación.
Sé que he descuidado mucho el detalle, pero aun así hago mi esfuerzo, y trato de que sepas que te considero parte de mi vida y que eres valioso. Tienes mucho valor para mí, aun cuando no te lo diga directamente.
Pero lo que me preocupa, y me entristece, es que no siento aquella palmada sobre mi hombro. Tal vez porque no está ahí, o porque simplemente no la he notado. Y es por eso que mi pasado me atormenta y me pongo a pensar si realmente me consideras tu amigo. No lo sé, y eso me obliga a derramar unas cuantas lágrimas. Es triste.
Es triste porque comienzo a pensar que tal vez no soy tan importante para ti como tú lo eres para mí. No lo sé. Tal vez no me consideras tanto tu amigo, sino un compañero, y no me sorprendería. Sé quién soy y sé que soy el tipo de individuo con el cual no querría alguien forjar una amistad. Es triste, pero la verdad así fue por muchos años de mi vida, y puede que así siga siendo, aunque sea menos evidente.
En realidad no siento esa palmada en mi hombro diciendo: «Daniel, aquí estoy, amigo mío«. Tal vez me lo has dicho y no te he escuchado. Tal vez no lo has dicho, ya sea porque has descuidado el detalle, o porque en realidad no existe el sentimiento. Y no me sorprendería esto último. La amistad ha sido tan ajena a mí por tanto tiempo.
He tratado siempre de estar ahí para ti, para ustedes, y de hacérselos notar, aunque sea levemente. He tratado de estar siempre atrás de ti, haciéndote avanzar, empujándote, apoyándote. ¿Lo has notado? Tal vez sí, tal vez no sea así.
¿Pero quién me empuja a mí? ¿Quién se acercará a mí, pondrá su mano en mi hombro y me dirá: «tú eres mi amigo, y eres muy importante para mí«?
Hay momentos en que camino por la vida, y quiero detenerme. Quiero perecer; desaparecer. Pero miro a mi lado tratando de encontrar si hay alguien junto a mí que quiera ayudarme a continuar. Pero no sé si hay alguien ahí. ¿Estás ahí? ¿Aquí conmigo? Tal vez no lo estás, o tal vez sí, y simplemente no lo hayas dicho, o no te haya escuchado. De cualquier manera eso me entristece.
No sé si hay alguien que me pueda decir: «Aquí estoy contigo, amigo mío«. En estos momentos me encuentro perdido, aislado, como en la mayor parte de mi vida, en una oscura soledad. Pero es posible que exista una mano que me sujete y me ayude a salir.