Solo

Cada vez me hago más a la idea de que mi destino implica simplemente quedarme solo. Cada día que pasa me doy cuenta de que lo más probable es que termine sumergido en la pantanosa soledad, lejos de la humana y suave calidez que algún día llegué a experimentar, lejos de cualquier tibio aliento que alguna vez he logrado respirar y palpar.

Cada vez me voy alejando más de lo que soy, y me voy acercando a lo que fui. Recuerdo con claridad aquella monstruosa criatura que solía reflejarse en mi espejo, aquel alienado ente que vagaba por el mundo con una mirada fría y repulsiva. Recuerdo a toda la gente que alejé de mí, que mantuve a distancia, para, por alguna absurda razón, permanecer incorruptible.

Pero también recuerdo que, en algún momento de mi existencia las cosas tornaron en otra dirección, y cambió casi totalmente mi forma de ser y de actuar. Comprendí lo que era la amistad y descubrí lo que era el amor; entendí lo que era confiar y encontré lo que significaba vivir para los demás.

El problema en todo esto corresponde al simple y surreal hecho de que no sé si dicho viraje me acercó o alejó de mi verdadero yo. No sé si es en realidad el camino que debía tomar, no sé si acaso así deban marchar las cosas o si será en realidad este soy yo.

A veces me pregunto si en realidad no erré al convertirme en quien ahora me caracteriza, y si en realidad fue lo correcto retirar la gruesa cadena que bloqueaba aquellas enormes puertas que solían separarme del resto de la humanidad. A veces me pregunto si he hecho lo correcto, o si voy en la dirección adecuada, pero nunca he podido responder a mis interrogantes.

Hay momentos en los que siento que debo regresar, retornar a aquel oscuro y lluvioso camino por el que antes solía caminar, y en el cual me sentía a gusto, cómodo como en el propio hogar. Hay momentos en los que dudo de mi identidad, y en los que siento que cada vez soy menos «yo«, y más «lo que los demás quieren que sea«.

De repente me siento perdido, sin dirección hacia la cual caminar, sin saber a dónde voy o hacia donde debo mirar. A veces siento que no tengo razón de ser. De un momento a otro se esfuman todas aquellas cosas que en algún momento me dieron una razón para continuar. De un momento a otro descubro que en realidad no hay nada que me motive a continuar trazando un sendero, dibujando este largo camino que llamamos vida.

Es entonces cuando dudo que todas esas cosas valgan la pena en verdad, y llego a pensar que son meras trivialidades surgidas de un desesperado intento de justificar una vida sin propósito. Lo malo en el asunto es que nadie ha dicho que la vida requiera de un propósito para ser vivida. Es entonces cuando pienso que mi destino tal vez sea sólo vagar en la soledad absoluta, sin rumbo y sin dirección, con la mirada ennegrecida por una densa neblina, y permanecer en aquel oscuro estado en el que alguna vez me vi.

Tal vez deba regresar al abismo de donde escapé, al infierno de donde surgí originalmente, y vuelva a introducirme en aquella helada piel a través de la cual no se puede sentir ni querer.

No sé qué debo hacer.

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