Como ya lo había dicho, la vida es un camino y cada quien recorre el propio, solo. De vez en cuando nos cruzamos con otros como nosotros, que buscan un poco de compañía en su frío y solitario viaje, y es ahí donde nace la amistad. Yo pensaba que los caminos se cruzaban, se tocaban, y eso nos permitía recorrer juntos ese tramo, pero he descubierto que no es así. Los caminos nunca se tocan, nunca se juntan. Sólo se acercan lo suficiente para que apenas podamos sentir el calor que emana de otro ser humano, pero siempre nos enfrentamos a cierta separación. Así, podemos caminar junto a un amigo, pero nunca podremos estar lo suficientemente cerca como para conocerlo. Es así como he descubierto que estamos realmente solos y que la amistad es en realidad una compañía distante que a veces nos salva de momentos amargos, pero que en muchas otras ocasiones no está ahí para apoyarnos.
La amistad es sólo una ilusión, una esperanza de perder la soledad y encontrar a alguien que nos entienda, que comprenda el camino que hemos trazado y que quiera recorrer con nosotros el resto. La soledad es detestable, y siempre tratamos, y trataremos de evitarla a toda costa, buscando siempre a quien nos comprenda y nos conozca, a quien sepa lo que somos y a dónde vamos. Pero eso nunca pasará, ya que el hombre está condenado a pasar sus días en soledad, sellado en una burbuja, incapaz de establecer verdadero contacto con otro ser humano.
Siempre a distancia; acompañados pero solos.