Es increíble el abismo entre ser menos impropio, y ser más propio. El distanciamiento de la impropiedad nos lleva a la formalidad, aunque ésta se encuentra muy lejos de ser propiedad del hombre.
La máscara de la formalidad nos aleja de nuestra esencia, envolviéndonos en un desentendimiento de nosotros mismos, lo cual nos separa de la humanidad que nos engendra y caracteriza, y nos convierte en sonámbulos de la soledad. La impropiedad nos lleva a la honestidad, a renunciar al disfraz y a mostrar la tez siempre oculta bajo el antifaz.